Durante milenios el hombre quiso volar y solo pudo realizarlo en el siglo XX
Volar ha sido desde los tiempos más remotos el más ferviente y apasionado anhelo de la humanidad. Fue la naturaleza la que dotó al hombre de inapreciables e inmensos atributos: lo hizo capaz de pensar, imaginar, sentir la belleza, movilizarse de un punto a otro, danzar, comunicarse con sus semejantes… Sin embargo, olvidó darle alas que le permitieran conquistar las estrellas. Pero esa contemplación no tardó en transformarse acción y el Homo Sapiens buscó por todos los medios a su alcance imitar a los seres alados, o, al menos, soñar que los emulaba.
El primer esfuerzo de contacto fue con la mitología. La leyenda cuenta que Ícaro huyó con su padre, Dédalo, del laberinto de Creta volando con unas alas adheridas a su cuerpo con cera, pero habiéndose acercado demasiado al sol éste las derritió y los imprudentes aeronautas cayeron al mar, en el que perecieron ahogados.
En la prehistoria de la aeronáutica no sólo comprende intentos audaces y algo extravagantes de elevarse mediante aparatos que podrían calificarse como de invención casera, sino que registra notables estudios teóricos de sabios eminentes que, de haber tenido a su disposición una metalurgia lo suficientemente avanzada, habrían podido quizás llevar a la práctica con éxito la mayoría de sus invenciones.
En 1269 el famoso fraile inglés Roger Bacon sostuvo que se podría hace maquinas voladoras con un hombre en medio que hiciera girar la maquina por medio de unas alas que permitieran agitar el aire, como si de un pájaro se tratase.
Habría que esperar dos siglos, en 1490, para que el extraordinario Leonardo da Vinci llegase mucho más lejos con sus croquis y breves tratados de aeronáutica basados en concienzudos estudios del vuelo de los pájaros. Sus investigaciones desembocaron esta audaz y categórica afirmación:
«Un pájaro es una máquina que funciona conforme a unas leyes matemáticas, y entra dentro de la capacidad del hombre reproducir esa máquina con todos sus movimientos”
Habría que esperar al «siglo de las luces», en Francia, para que el hombre ganase la partida a la gravedad por medio de la invención del aerostato, 119 años antes de que los hermanos Wright lograran hacer despegar su tembloroso y rudimentario aparato desde las arenas de Kitty Hawk.
El nacimiento de aerostato se data en noviembre de 1782 en Avignon cuando Joseph Montgolfier, un fabricante de papel de fértil imaginación, meditaba un día junto el fuego. En un momento dado, viendo cómo ascendían el humo y el aire caliente, Montgolfier tuvo una sencilla y a la vez genial inspiración: pidió a su ama de llaves algunos trozos de seda y, sin moverse de su habitación, fabricó un simple globo de tela, inflándolo con aire caliente. Con alborozo, el fabricante de papel observó cómo el globo se elevaba, oscilando, hasta alcanzar el techo. Así, de una manera casi casual, había sido inventado el aeróstato
El 4 de junio de 1783, fecha estelar en la historia de la aeronáutica, los dos hermanos (Montgolfier y Ettiene) hicieron la primera demostración de su invento, el globo, en el centro de Annonay, su ciudad natal, ante una gran muchedumbre que asistió maravillada. Inflado con aire caliente suministrado por una gran hoguera avivada con lana y paja, el globo se elevó hasta alcanzar una altura de dos mil metros cargado de tres pasajeros muy peculiares: un carnero, un pato y un gallo, que realizaron un vuelo libre de unos tres kilómetros.
Después del globo y los dirigibles, nacen los primeros aviones, una máquina voladora más pesada que el aire buscada con ahínco desde tiempos inmemoriales que fue, en definitiva, la que logró constituir la aviación propiamente tal, y progresar hasta hacer que globos y dirigibles desaparecieran completamente de la faz de la tierra, como no fuera para realizar sondeos meteorológicos.
El primer precursor ilustre del avión fue el inglés George Cayley, llamado por muchos «padre de la aviación», técnico y teórico sin igual, de quien Orville Wright dijo que «sabía más sobre los principios de la aviación que todos sus predecesores, y que cuantos le sucedieron hasta finales del siglo XIX».
En 1808, Cayley ensayó con éxito su primer planeador, y en 1843 publicó los planos originales para un «convertiplano», aparato bastante similar a un helicóptero, que, a no ser por algunos detalles de su estructura, bien hubiera podido volar.
Dos pioneros, y a la vez investigadores, Orville y Wilbur Wright, hicieron realidad la aviación, tal vez la invención de mayor trascendencia del siglo XX, que en un puñado de años hizo desaparecer las distancias y convirtió la palabra lejanía en proximidad.
Los hermanos Wright estudiaron todo lo que se había hecho antes de ellos en el terreno de la aeronáutica, sacaron sus propias conclusiones y aportaron algunas ideas propias. Su obra fue a la vez síntesis de 500 años de experimentos previos y la piedra angular que cimentó las seis décadas posteriores de fabuloso progreso de la aviación hasta llegar a nuestros días.
En 1900, Orville y Wilbur Wright empezaron a hacer experimentos con planeadores, pero su gran día no llegó hasta el 17 de diciembre de 1903, fecha en que estuvo terminada la construcción de su primer avión: un aparato impulsado por un motor de gasolina de cuatro cilindros.
El avión era ya una indiscutible realidad. En 1905, los hermanos Wright lograron volar durante media hora seguida, cubriendo unas 25 millas. A la vez Henri Faraman, Santos Dumont y otros lograron mejorar considerablemente el invento, el cual siguió una trayectoria de ininterrumpido progreso. En 1911 hizo su aparición el primer hidroavión, debido al norteamericano Glen H. Curtiss. Un español, el ingeniero Juan de la Cierva, ideó el autogiro en 1919, iniciando dos años después sus primeras pruebas en Madrid, que culminaron el 12 de diciembre de 1924, cuando un helicóptero cubrió el trayecto Cuatro Vientos – Getafe en 8 horas 12 minutos, primer vuelo en autogiro de la historia homologado por la Federación Aeronáutica Internacional. Así De la Cierva obtuvo el primer aparato más pesado que el aire de despegue vertical, cuya posibilidad había sido ya vislumbrada por Leonardo da Vinci la friolera de más de cuatrocientos años atrás.